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domingo, 26 de octubre de 2014

Empezar desde tres

     


Un año después Paul volvió a casa. Nada más entrar depositó en el suelo una pesada caja llena de libros, cerró la puerta y se adentró unos pasos en el apartamento. Se asomó al dormitorio principal y después al baño; echó una ojeada al pasillo y finalmente retrocedió y se detuvo en el umbral del salón. Con las manos apoyadas en la cintura respiró hondo y llenó al máximo sus pulmones. Exhaló y sonrió, satisfecho, al comprobar que ya nada olía a ella.

Sin embargo aún se percibía un desagradable olor a tabaco, agarrado a las paredes, los techos y las puertas, y que tardaría semanas en desaparecer. Hacía nueve meses que Paul había dejado de fumar, y el olor a cigarrillos le resultaba tan molesto como introducir la cabeza en el cesto de la ropa sucia y sumergirla entre calcetines y camisetas sudadas. Cruzó la estancia y abrió de par en par la ventana y la puerta que daba acceso a la terraza. Una corriente de aire fresco comenzó a deslizarse por el salón.

De acuerdo con lo pactado allí habían quedado los dos sofás, una estrecha librería blanca, una mesa de centro y las dos lámparas que colgaban del techo. El resto había desaparecido junto con su propietaria. El televisor había sido depositado descuidadamente en el suelo, rodeado de una maraña de cables que tendría que volver a conectar al reproductor de bluray y al home cinema. «Bueno —se dijo—, al menos no ha destrozado la pantalla a martillazos».

Paul sacó una pequeña libreta y un lápiz de un bolsillo y comenzó a escribir: «Un mueble para la televisión. Un par de librerías. Una mesa y media docena de sillas. Algunos cuadros. Quizá una alfombra. Una mesita auxiliar y una lamparita de sobremesa». De momento era todo. Tras un rápido cálculo aproximado concluyó que se mudaría más tarde de lo planeado. «No hay ninguna prisa —pensó— Lo único que importa es que he logrado recuperar mi casa» Inmediatamente se corrigió: «No, lo verdaderamente importante es que me importa un carajo dónde se ha largado ella»

El timbre de su teléfono móvil le sacó de golpe de sus pensamientos. Miró la pantalla, sonrió y descolgó:

—Hola, Jim —saludó.

—Buenos días, amigo ¿Todo en orden?

—Sí, tranquilo. Todo parece estar bien —contestó Paul. Se sentó en el sofá y miró alrededor— Pero tendré que comprar algunas cosas.

—Asegúrate, esa loca es capaz de haber dejado alguna pintada obscena en las paredes, o de cortarte la goma del gas.

—Necesitaré algunos muebles, lo imprescindible.

—O de cagarse en mitad del pasillo y dejarte el «regalito».

—Puede que vaya a Ikea, me gusta su catálogo de este año.

— ¿Has mirado en los baños? La creo capaz de arrancar los lavabos de la pared o atascar los retretes con compresas.

—Jim —interrumpió Paul.

—Está bien, ya me callo —se rindió— Es que me jodería mucho que esa idiota...

—Ya basta. Todo está bien, gracias por tu interés.

—De acuerdo —concedió—. ¿Cuándo te instalarás?

—No lo sé, puede que tarde semanas, o incluso meses.

—Te dije que tenías que haberla dejado con una mano delante y otra detrás. Y que le zurzan.

—Las cosas no son así, Jim. El reparto ha sido equitativo. Tanto ella como yo hemos nos hemos visto obligados a renunciar a algo. No me importa haberme quedado sin frigorífico o lavadora. Mi tranquilidad tiene un precio y no me importa pagarlo.

—Te juro que me gustaría tener delante a esa golfa. Le iba a decir cuatro cosas.

— ¿Podrás ayudarme con la mudanza? Tengo toda una vida metida en cajas de cartón, guardadas en un trastero.

—Esa maldita enferma mental. Se merece todo lo malo que le está pasando. Deberías denunciarla.

— ¿Te parece bien que quedemos donde siempre? Me encanta el café de ese sitio.

— ¿No la puedes denunciar por lo que te hizo?

—Claro que sí, Jim. Ahora mismo conecto la máquina del tiempo y retrocedo hasta la época en la que el adulterio era delito. Te recojo en media hora.


Pascual Gozálvez Martínez

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GERUNDEANDO

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